12.04.2013
Media

Anónimo

Siempre he estado a favor del derecho a decidir, pero nunca me imaginé que me iba a enfrentar a la elección que tuve que tomar. El embarazo que di por finalizado fue muy querido y planificado.

Pero a las 16 semanas, un ultrasonido mostró que no había suficiente líquido amniótico. Pasé las próximas semanas en cama, pero en vano. A las 19 semanas básicamente no había líquido amniótico. Si no hay líquido amniótico, los pulmones no se desarrollan. Incluso si hubiese llevado ese feto a término, no hubiese habido modo de que hubiese podido respirar por sí mismo. La decisión que tuve que enfrentar fue esperar hasta que ocurriese el parto en el que el bebé debía nacer muerto, posiblemente 20 semanas más, poniendo en riesgo una infección y mi fertilidad en el futuro, o terminar el embarazo a las 20 semanas, volver a pararme, volver a mi trabajo y poder volver a cuidar de mi pequeño hijo que recién caminaba. Fue después de que pasó todo que hice una conexión entre esa experiencia y la palabra “aborto”. Como mujer joven, me preguntaba qué decisión hubiese tomado si me hubiese encontrado con un embarazo no planificado (y era muy responsable con el control de la natalidad para reducir las posibilidades de que eso ocurriese). Cuando llegó mi momento de enfrentar mi elección, estaba y estoy muy agradecida de que fuese una decisión tomada por mí, mi esposo, y los profesionales médicos que nos apoyaron. Y eso es lo que quiero para cada mujer: la libertad de decidir, en privado y sin estigmas o presiones.