12.20.2016
Media

Victoria

Un embarazo sólo podía generar pobreza y miseria

A solas en el baño y con una prueba de embarazo en la mano tuve que enfrentarme a una amenazante raya azul. Fue un momento bien difícil para mí y mi primer pensamiento fue abortar. La relación había terminado y no quería seguir atada a aquella persona. Cualquier intento de maternidad iba a correr por mi cuenta. Pero mi situación económica era precaria. Tenía tres trabajos y sin beneficios, no tenía seguro de salud y además estaba a cargo de cuidar a mi madre. Yo tenía 32 años y para ese entonces había hecho grandes esfuerzos para rehacer mi vida luego de sobrevivir a la violencia doméstica, vivir como indigente y en pobreza total.

Además, mi columna vertebral es un desastre. Varias cirugías me han dejado una discapacidad ortopédica desde la adolescencia y los médicos me advirtieron que un embarazo en mis condiciones significa reposo absoluto de hasta seis meses durante el embarazo y después del parto. Desafortunadamente vivo en un país que no garantiza cuidados prenatales ni postnatal pagados y la condición migratoria de mi madre y mía nos impide acceder a cualquier tipo de asistencia pública. Básicamente, si yo no trabajo no hay ingresos y como sostén de familia mi madre y yo dependemos de mi capacidad para trabajar y ganarme la vida.
En ese momento me di cuenta que seguir adelante con un embarazo significaba someterme a una presión económica que sólo podía generar pobreza y miseria, y aquello era una gran injusticia. No estaba en condiciones de convertirme en madre. Tomé la decisión de interrumpir ese embarazo, y sé que fue la mejor decisión para mí.